
Sin saber muy bien de qué va la cosa, y si van los tiros por donde imagino, no concibo tiempo mejor empleado en las escuelas que el de hacer de los niños y adolescentes futuros ciudadanos de hecho y derecho, conscientes de sus prerrogativas, pero también de sus obligaciones. Ciudadanos libres pero responsables, bien educados, amables y limpios. Ciudadanos que pidan perdón al pisar a otro en el metro y dejen sentarse a ancianos, embarazadas, infartados, inválidos, desvaídos o cualquier otra persona que lo necesite. Ciudadanos que no se pasen la película pegando patadas a tu butaca, o cogiendo llamadas en el móvil en el cine. Ciudadanos que no emitan dos maldiciones de cada tres palabras que dicen cuando van al volante. Ciudadanos, y ciudadanas también, claro, porque como periodista que soy, no está nunca en mi ánimo añadir precisiones linguísticamente supérfluas a un texto si no es por embellecerlo, así que cuando hablo de ciudadanos, me refiero a ellos y a ellas. Ciudadanos y ciudadanas, digo, que no quemen papeleras para entretenerse y respeten el bien público, que es suyo y mío.
Esta es la educación para la ciudadanía que yo quisiera para mí misma y mis conciudadanos, ahora que ya tengo unos años -ni muchos, ni pocos-, quizá los sufiencientes para apreciar estas pequeñas cosas, o demasiados para que no me importe. ¿Será esta la Educación para la Ciudadanía de la que hablan?
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